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Uno de los grandes desafíos de la humanidad es aprender a escuchar. Todos, en mayor o menor medida, hemos experimentado la situación de estar físicamente presentes junto a otra persona, pero con la mente en otro lugar. Nos convertimos en entes que están, pero no están. Curiosamente, esto puede ocurrirnos varias veces al día, en distintos momentos y con diferentes personas. Pretendemos prestar atención a lo que sucede a nuestro alrededor, pero al primer estímulo, nuestra atención se desvía y perdemos el enfoque, desaprovechando el momento presente.

Esto es comprensible, dado el contexto en el que vivimos, donde estamos bombardeados por innumerables distracciones. Podemos identificarlas fácilmente al encender el televisor, la radio o simplemente caminar por la calle: miles de anuncios publicitarios, preocupaciones financieras, el miedo a perder el empleo o no encontrarlo, todo ello crea una red compleja de situaciones que dificultan disfrutar de cada experiencia, persona o de nosotros mismos con plena conciencia. Sin duda, esta realidad en la que estamos inmersos afecta negativamente nuestra capacidad para practicar la escucha consciente.

En este sentido, no podemos negar que aprender a escuchar es crucial para nuestras relaciones sociales. A un nivel más profundo, escucharnos a nosotros mismos también es esencial para conocernos mejor. Sin embargo, desde mi perspectiva, hay un desafío aún mayor, una oportunidad para generar una nueva conciencia en el siglo XXI: aprender a escuchar a nuestro planeta Tierra. Este es, posiblemente, uno de los mayores retos que enfrentamos como especie humana.

Para entender esto en profundidad, debemos reconocer que la Tierra nos habla constantemente. Su lenguaje no es como el nuestro, pero con su sabiduría nos envía un mensaje profundo, recordándonos que la relación que mantenemos con ella no es compasiva y amorosa. Nos advierte que nuestro bienestar depende del suyo. Aunque lo hayamos olvidado, estamos profundamente conectados con ella. En algunos momentos, podríamos decir que la Tierra emite gritos de angustia, reflejados en los múltiples eventos que presenciamos diariamente.

Son gritos para oídos sordos, advertencias que no queremos escuchar pero que, sin duda, son el resultado de nuestras acciones como humanidad. Si en el siglo XX el reto era profundizar en la escucha interior, en el siglo XXI uno de nuestros grandes desafíos es aprender a escuchar a nuestra madre Tierra. Este aprendizaje es fundamental para construir una verdadera consciencia planetaria que nos permita seguir existiendo.

Que estén bien, felices y en paz.